Dejar de creer es dar una tremenda oportunidad al vacío, a lo vano , a la ganancia de lo material sobre la conciencia para que la aburrida maraña de la oscura rutina se apodere de tus sueños. Correr tras los mismos puede parecer muy cansado pues surge la desilusión ante lo que parece imposible. Pero en el movimiento, en la esperanza, en el sentido, los objetivos, en el disfrute de cada zancada y en el salpicón del agua por la orilla salada, es donde parece ocultarse tímidamente la esencia de la vida y tal vez no hay más meta que una llegada sin despedida.
La utopía abre discretos caminos hacia una realidad más
amable pero es tan lenta la apertura y se requiere tanta colaboración, que se
acusa a los entusiastas creadores de otras realidades, de bobos imaginando lo que
no está al alcance de nadie.
Tal vez nos vendieron una película romántica irrealizable,
quizá no encontremos solución por muchos años al egoísmo descarnado. A lo peor,
la vida no fue para nadie lo que
justamente esperaba, sin embargo, en el encuentro con tu serenidad y en la
confianza de que todo es como tiene que ser, se encuentra la calma que te
permite conectar con la esencia que vislumbra un rallo de realidad con un
curioso desapego que te permite conectar con la eternidad, o con lo que tanto
se repite últimamente, con el aquí y ahora.
Y es ahí donde sólo cabe descubrir que aunque no existan los
encuentros perfectos, si bien no es real la historia que nos vendieron, mal que
el mundo de amor construido en la mente se presente como una fantasía inalcanzable,
existen momentos mágicos, tesoros intangibles , miradas, entendimiento y complicidades
inolvidables en este precioso encuentro de almas.